La noche que fue más día que nunca

Redacción: Sofía Calvo (Voluntaria NM) 

Habían pasado treinta minutos de las siete de la tarde y en el aire ya se percibía un clima distinto. La Manzana Jesuítica se encontraba un tanto alborotada, y esto no sólo por ser un día  viernes, último día laboral donde todo el mundo anda a las corridas. Sino porque además, entre tanta gente, transitaban varones vestidos de traje y con sombrero, mujeres con vestidos y cofias, quienes formaban un clima como el vivido en 1918, año muy importante para la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y para la educación universitaria en general.

Pasados algunos minutos de las ocho de la noche, en la Plaza de la Compañía de Jesús se dio inicio a lo que sería la Noche de los Museos. El acto incluyó palabras de algunas autoridades y la muestra colectiva de danza contemporánea «Partir o la necesidad de evaporarse», creada por los estudiantes de tercer año de la Universidad Provincial de Córdoba (UPC). A unos metros de allí, en el Museo Histórico de la UNC, ya estaba todo listo para recibir al público. 

No había tiempo para aburrirse. En la puerta del museo, ubicado en Obispo Trejo 242, se entregaban programas y se resolvían dudas. La gente estaba contenta. ¡Todos lo estábamos! Una mujer llegó tarde para la presentación y lo lamentó, pero siguió su rumbo con mucho entusiasmo. Otros valientes preguntaban por el cementerio San Jerónimo. Había tanto para hacer y disfrutar en menos de seis horas, que la gente se movilizaba de aquí para allá mirando atentamente el mapa. Algunos esperaban a sus amigos, otros iban acompañados de su familia e incluso de sus mascotas. Todo el mundo era bienvenido.

Faltaban quince minutos para las nueve de la noche, y en el museo se dio inicio a la primera función de la obra titulada “La Reforma Universitaria de 1918”. Alborotados, los reformistas llamaban la atención de los transeúntes que caminaban por la peatonal. A paso lento o guiada por una especie de frenesí, la gente iba y venía por doquier. No parecía la noche de un día viernes, sino más bien un lunes cualquiera con eclipse solar.

A medida que transcurría la jornada, más y más gente se sumaba a las distintas actividades. Por suerte, nadie se agolpaba en la entrada del museo y no hubo demoras para ingresar. El público transitaba tranquilo por los pasillos, visitaba las bibliotecas, asistía a las funciones de la obra y participaba de las visitas guiadas. Desde el interior del museo se podía ir hacia el Colegio Nacional de Monserrat, o bien cruzar un patio interno y dirigirse a los museos pertenecientes a la Facultad de Ciencias Exactas, Física y Naturales de la UNC. Muchos se sorprendieron cuando supieron de estos atajos y cruzaron entusiasmados de un edificio a otro. Entre tanto gentío, algunos cesaban el paso para apreciar las maquetas de un blanco imponente que representaban edificios históricos de la ciudad.

Asimismo, las personas podían visitar la colección de cartografía, grabados y libros, o bien dirigirse hacia la sala contigua. Allí se encontrarían con una actividad especial para toda la familia. En una mesa dispuesta a un costado de la sala de incunables, equipada con lápices y fibras de colores, personas de todas las edades pintaban letras capitales y escribían poemas. La propuesta titulada “Iluminá tu texto”, buscaba acercar a la gente a la colección de incunables, elzeverianos e impresos de una forma didáctica y creativa. El objetivo era que imitaran el arte de los iluminadores de libros del siglo XV, y que conocieran un poco de la historia de aquellos ejemplares, preservados gracias al refinado espíritu del bibliófilo Enrique Ferrer Vieyra. Cientos de niños y adultos aceptaron con entusiasmo y se dispusieron a dejar brotar la creatividad durante toda la noche. Testigos de aquella gloriosa y lejana época, de cuando Gutenberg presentó su novedoso invento y produjo una revolución en el mundo del conocimiento, los incunables se fusionaron luego con los inicios de la UNC. Todo ello lograban percibir los ojos curiosos de los visitantes, quienes contemplaban con asombro, algunos por primera vez, la belleza contenida en cada página.

A eso de las once y media de la noche, Deodoro Roca arribó al edificio y, finalmente, ¡encontró a la Mimí! En el tránsito hacia el Colegio Nacional de Monserrat se encontraba una gigantografía emblemática de la Reforma Universitaria del 18, donde el público podía sacarse una foto y sentirse un reformista. La gente, entusiasmada, hacía fila para llevarse su foto impresa en una copia de la Gacetilla N° 10 junto con el Manifiesto Liminar. Definitivamente, se trataba de un viaje al pasado. Sin embargo, para aquellos que no se animaran al registro podían revivir un poquito de la historia a partir de la muestra fotográfica “La libertad que inicia”.

Pasadas las doce de la noche, y luego de tres funciones de la obra, el ingreso del público comenzó a cesar. No obstante, todavía había gente interesada en recorrer los pasillos, salas y conocer un poquito más de la historia de la UNC y de Córdoba. Hubo algunos desilusionados que quisieron visitar la Biblioteca Mayor, pero el segundo piso no estaba habilitado. Se consolaron con saber que cualquier día a la semana podrían cumplir su cometido.  

Eran cerca de las dos de la mañana, y ya casi no quedaba nadie en el museo. Sólo en la sala de incunables se percibía movimiento. Una niña, de unos siete u ocho años, estaba atenta a cada trazo y color que usaba para dar vida a sus letras capitales. Y es que el arte no entiende de tiempo ni de edades.

Esa noche fue más día que nunca. Cada rincón de los museos y espacios culturales que abrieron sus puertas, invitó a los curiosos a continuar su recorrido. Cada uno a su ritmo, distintos pero con un solo objetivo: conocer un poquito más de la historia de nuestra Córdoba, acercarse a esos pedacitos de historia y revivir momentos únicos, solos o en compañía. En su octava edición, la Noche de los Museos logró lucirse una vez más. Miles de personas, desde las ocho de la noche hasta las dos de la madrugada, pudieron sentir la magia.

Porque durante esa noche, los museos estuvieron más vivos que nunca.