Una ventana al bosque en la Noche de los Museos

Era una tarde tranquila pero no para todos una tarde más. Había llegado el tan anhelado día del evento: “La Noche de los Museos”. Como cada año desde los últimos 9 se preparaba una noche mágica para deleitarnos una vez más. Esta vez el Museo Botánico nos abrió la Ventana al Monte, para que los espectadores no sólo vieran una exhibición, sino también para que fueran artífices, partícipes necesarios e interventores de lo que se convirtió en una muestra colectiva.

De la mano de la arquitecta e ilustradora Mercedes Machado junto con Evangelina Indarte y colaboradores, sea preparó una actividad especial buscando a un público participante que viajara por sus recuerdos de la mano de sonidos, cuentos y una iluminación que los transportara hacia allá. El monte, las sierras, con sus olores, sus historias, sus plantas y animales y esa magia que solo conoce aquel que la vive.

Tal como era de esperarse, este espacio no fue una sala mas del museo, fue un lugar de encuentro y comunión entre los sujetos que con relatos lograron “re-construir” el espacio que es el monte. Con un camino que los condujo hasta allí por medio de susurradores que desde la entrada los invitaban con poemas al oído a llegar a ese espacio común.

Entre temores de no saber cómo reaccionaría la gente, si se integrarían o no, si sería un éxito o si los invitados no congeniarían, la propuesta terminó “desbordada” de interacciones y participación. Experiencias compartidas entre los presentes llenó de emoción a las realizadoras como de telas colgantes en la exposición junto a las ejemplares de la fauna cordobesa.

Cuando idearon la actividad pensaron minuciosamente cada detalle, incluso en la creación de una escenografía que acompañara la actividad. Por ello se pensó en que cada uno pudiera plasmar en aquellas telas esas reflexiones que surgieran a partir del todo. 

Hacer una obra colectiva fue lo que quisieron lograr, y así fue. En este espacio para contemplar el monte, convergieron distintas generaciones en una misma sensación: sentirse dentro del monte. Entre anécdotas compartidas y cantos transformaron ese momento en un sinfín de conmociones que llenó el lugar hasta finalizado el evento a las 2 de la madrugada. Superando aquellos “45 minutos” de cada intervención volviendo así una muestra “permanente”.

No queda más que decir que este tipo de “muestras colectivas” debería repetirse en futuras ediciones ya que la gente disfrutó el momento. Ser parte activa de una exposición.

Nota: Melisa Sólimo (Voluntaria NM 2018)